El duro Afán de la Disneylandización Organizacional.
Imagino que todos queremos ser felices. Asumo que muchos tenemos sueños. Sé que varios tienen planes. El propósito ayuda mucho al individuo o a un colectivo. Por ello la importancia del buen Clima Laboral. Pero para ciertas personas ya no basta. Entonces irrumpe “la felicidad organizacional” con indicadores, modelos teóricos, psicología positiva y por cierto, la venta de cursos, consultorías, intervenciones y he sabido de algún Tribilín experto dando conferencias.
La felicidad como fenómeno es individual y está ligada a la serenidad. No hay intervención colectiva efectiva y beneficiosa si no apunta a entregar herramientas de resiliencia, de compromiso y de construcción de marca personal y valórica.
Hasta la década de los noventa el lugar exclusivo para “ser feliz” era considerado el hogar. El lugar de trabajo era concebido como el espacio donde puedo trabajar y cobrar por un salario. La competencia, la oferta de valor, el desarrollo de la gestión de personas, entre otros factores, hizo medrar la visión de “ser feliz”. Así, las empresas comenzaron planes para que la vida en la empresa fuera mejor. Se crearon y midieron indicadores. Comenzó la profesionalización del desarrollo organizacional, centrada en la motivación.
Es perentorio reforzar la idea que la felicidad no es un lugar, es un estado del ser. Por ende, el afán de convertir los espacios laborales en un centro de diversiones, en tener al Pato Donald liderando actividades que mas que adultas parecen una regresión a nuestro mundo infantil, resulta una práctica majadera; Esto es en el entendido de la mala traducción del concepto “felicidad organizacional”. Me opongo a generar en la expectativa del inconsciente colectivo la idea que prácticamente el mundo Disney se instalará y reiremos por siempre jamás; Rechazo las iniciativas que pretenden, utilizando el término en cuestión, plantear que tenemos que dejar el gris y vestirnos de colores, cada dos horas tomarnos de las manos y abrazar el árbol artificial que se encuentra en la entrada del edificio corporativo. Evidentemente la caricatura que presento apunta a revisar las prácticas que posee la industria sobre un tema tan profundo como antiguo en la historia del ser humano y que la filosofía lo plantea desde hace 2.600 años.
Si se comparte la idea que la felicidad es un estado del ser, en consecuencia, un sentir interno y que dicho estado lo logra el equilibrio en las dimensiones espiritual, salud, autorrealización, autoestima, será fácil comprender que muchas iniciativas apuntan a generar ruido y pocas nueces.
Nunca antes en la historia de la humanidad hemos trabajado tan poco. ¿Por qué, entonces, existe la sensación de cansancio permanente? Nunca antes en la historia del planeta hubo menos conflictos que hoy. ¿De dónde viene esa incertidumbre atávica?
Una buena encuesta de clima laboral, bien aplicada y mejor “leída” por la organización, puedo asegurar que genera beneficios y nos entrega un escáner que hace posible intervenir en las dimensiones que los múltiples instrumentos plantean.
Pero la disneylandización de la vida existe sólo en Disney y es bastante caro entrar y genera mucha dopamina y pretexto para contarlo durante años en conversaciones sociales. Dopados, adultos y niños salen de dicha experiencia. No hay serotonina ni endorfinas. No hay propósito. Es la cristalización de un modelo vendido y comprado por nosotros de una falsa felicidad.
Felicidad es un concepto serio, en discusión permanente. Valoro las iniciativas que apuntan a “mejorar algo”. Participo en instancias que se generan para proporcionar apoyos en la motivación, el compromiso y en un mejor pasar de las personas en los trabajos, pero no dopándolos; El cuestionamiento permanente de las prácticas que tenemos, el vincular los valores corporativos con los propios, el apelar a la responsabilidad personal y aprender a distinguir lo que está en nuestro control de lo que no, son algunas de las dimensiones que nos permiten mirarnos, sin adormecernos, conscientes, despiertos y ávidos de encontrarle sentido al vivir.